lunes, 30 de mayo de 2011

Materiales de Omega: entrevista íntegra a Pedro G. Romero

¿Cuál es tu valoración general de “Omega”?


Se trata de una producción clave que recoge en una obra maestra –en el sentido clásico que marca esta palabra- el final de un largo proceso, la posibilidad de que el flamenco se exprese junto a las tormentas eléctricas, junto al ruido de la música rock. Esto es evidente, pero también hay otros momentos cumbres: el cante expresándose fuera de la métrica tradicional, la ampliación de vocabulario, el disco como espacio para una obra conceptual, etc. En fin, son asuntos que ya se habían ensayado antes, el propio Enrique Morente había estado en ello, pero aquí tienen una de sus obras más redondas.



¿Destacarías alguna canción, letra u otro aspecto específico del disco?


Bien, resulta que los temas que yo más escucho son El pastor bobo, Adán, Vals de las ramas… aparentemente los menos experimentales pero para mí contienen una poesía especial y el experimento más radical de verso libre y flamenco, lo que Morente ya había probado, pero que aquí se conjuga tan felizmente. En fin es un disco de esos que no cansa, que tiene épocas en el año y horas del día. Aportar otra dimensión a Leonard Cohen y eso, aunque habitual en inglés, es tremendamente difícil en español. Manhattan suena deliciosamente dulzón con esos estribillos de flamenquito, como hiciera Cohen con su coro de chicas, en fin, son tantas las versiones… con mi hija me pongo Aleluya a todo trapo, gracias a la que suena en Sherk, la que hiciera Jeff Buckley –su padre Tim Buckley hizo un fabulosos disco sobre Lorca, también- y ya les ganamos con los guitarreos pedales de Lagartija en climax final…


¿Qué dirías que aporta “Omega” al flamenco que no hubiera antes de que existiera?


Nada nuevo, nada groseramente nuevo, pero daba carta de naturaleza a toda una tradición soterrada que podía rastrearse desde aquí, desde este disco. El flamenco, entre otras, tiene la virtud de trabajar con lo nuevo como si fuese tradición, ese ejercicio de traducción que tanto gustaba a Morente. “Es el Omega no el Alfa”, me dijo un día ante este mismo comentario. También hay que decir que el disco llega en el momento adecuado, eso es clave. La edición en la magnífica serie de El europeo, que lo conecta con un público más amplio. Los directos en festivales rock -mi primera escucha fue por ahí, en el programa de Diego A. Manrique en Radio 3- también le dieron un eco nuevo. Efectivamente, esa incorporación de nuevos públicos ha sido esencial. Y es esencial lo que Lagartija Nick aporta al mundo del rock, su apuesta y sus logros en este disco, intentando ir más allá de la manida fusión, más allá incluso de los tópicos latinos. Encontraron con Morente un espacio común de intereses estéticos y lo exploraron juntos. Creo que Lagartija Nick construyó un ámbito inédito para el rock, una forma de acercamiento a nuestra música que no pasa por los tópicos tropicales: ni caribeños, ni soneros, ni sureños, ni tex-mex, ni samba…, en fin, todo vale, ¡eh!, pero está bien que alguna vez nos olvidemos de las ensaladas y sepamos que hay maneras de cortar la carne que son las mismas por distintos que sean los mundos. Es un territorio extenso que conviene seguir explorando.



¿Qué opinas de la adaptación que hace de textos de Lorca? ¿Y de los de Cohen?


Pues nada que objetar a estas alturas, si algo me chirrió en algún momento se ha encargado de disolverlo la voz de Morente. Por supuesto hace con Lorca lo que quiere, también con las traducciones de Alberto Manzano para Cohen. Aplica toda la sabiduría del flamenco, fragmentar las letras, alterar y repetir el orden de los versos a conveniencia, por supuesto. Los temas suenan todos de Enrique Morente y es que su capacidad para las letras, para darle un sentido último a la frase, una cierta perfección, idoneidad. A mi Morente me hizo en su día volver a leer a Lorca, entender cómo funcionaban sus versos en nuestro tiempo. El trabajo de Morente en Omega tiene ese aliento particular, andar por el nexo común de Cohen y Lorca –el Lorca de Poeta en Nueva York o El público- enfrentados al mundo moderno, aterrorizados por el mundo moderno, y su mérito hacer propio ese miedo, apropiarse de ese nexo, de esa posición ante los miedos y amenazas del mundo moderno. La experimentación es entonces una paradoja, el miedo a lo moderno lo convierte, efectivamente, en una obra vanguardista, por excelencia moderna. Pero vaya, esa es la historia del arte desde Baudelaire, al menos, la experimentación moderna como resultado de una crítica radical de la propia modernidad.



¿Has leído o escuchado algún tópico sobre “Omega” que crees que merezca la pena desmentir?


No se me ocurre. Últimamente hay unanimidad absoluta, vaya, entre los juicios que tienen mi aprecio. Al principio el disco fue recibido con recelo entre los progresistas flamencos de este lado, me refiero a Sevilla, Jerez, Cádiz, el Occidente Andaluz que siempre miraba para el Oriente como por encima del hombro. Pero durante mucho tiempo la música que llegaba de Granada, desde 091 hasta Los Planetas, había eclipsado nuestra ínclita edad de oro, desde Smash hasta Triana, de Lole y Manuel hasta Veneno y Pata Negra, y desde los ochenta todo era “granaíno y oro”, que decía un amigo. De hecho el disco de Morente despertó de nuevo la posibilidad y ayudó a disolver competencias territoriales. Eran pocos los que se acordaban de aquel disco de Gualberto, el de los Tarantos para Jimi Hendrix donde ya estaba Morente –Terraplen y Prisoneros, ¡qué joyas!-en algunos tiempos, por eso decía antes, más que nuevo, actualizar una tradición de cosas que parecía que la gente estaba olvidando. Enrique Morente siempre ha tenido una serie de discos menores, secretos y que utiliza a modo de ensayos, laboratorios de los que salen muchos de sus discos más clásicos, pensando ya en determinados públicos. El disco que grabó para la Casa Natal de Lorca en Fuente Vaqueros (1990) contiene seminalmente todos sus desarrollos posteriores sobre Lorca. En el caso de Omega todo lo sustancial, creo, procede de la Misa Flamenca (1991), que produjo con Gamboa, pero donde allí atacaban los coros de Gregoriano ahora, en Omega, lo hacen los Lagartija Nick, pero sustancialmente es lo mismo. La crisis entre el 1990 y 1991, por lo que se ve, fue muy productiva para Morente con estos dos discos. Yo pude escuchar la misa de Morente en la Santa Cruz de Sevilla y con el eco de la Iglesia era imponente, a la vez misticismo católico y hogueras quemando a los herejes, todo el mudejarismo del que ha sido capaz Morente entre aquellas cuatro paredes, un recuerdo memorable.



Como asesor artístico de Israel Galván, ¿dirías que “Omega” influyó de alguna manera en la estética de “El final del estado de las cosas, redux”? (la inspiración principal, según creo, fue el Apocalipsis según San Juan, pero el crítico de flamenco Pedro Calvo nos dijo que veía bastante huella de “Omega”).


Bueno, seguramente, aunque no por la parte más epidérmica, la inclusión del rock experimental, donde teníamos nuestro propio camino. En los trabajos previos a Los zapatos rojos, la primera obra estrenada que trabajé con Israel Galván en 1998 ya sonaban Bauhaus o los Sonic Youth, venían de ensayos previos en Tirabuzones en 1996 o Collares en 1997, dos proyectos que no vieron la luz. Morente vio Los zapatos rojos como dos años después de su estreno y le gustó. En la apoteosis sonaban, tras el Olé de Coltrane, o sea su versión de El vito, el Sant Vitus dance de los Bauhaus, aderezados con el climax de Death Valley 69 de los Sonic Youth con Lidia Lunch, en fin, una locura. “Somos primos” decía Morente, y no era casualidad, hasta Lagartija Nick toma su nombre de un tema de Bauhaus. Desde entonces empezamos a colaborar. En La metamorfosis, el siguiente espectáculo de Israel Galván hizo la música para el video que abría la obra, una solea extraña, todavía bajo el influjo de Omega, con la voz de Estrella y la batería y algunos sampler de los Lagartija Nick. Siempre hablaba del batería de los Lagartija como la clave, en el sentido también que tienen las percusiones soneras. Era un tema fantástico donde incluía también las “palmas abstractas”, que decía Manuel Soler. Yo le había visto un homenaje a Luigi Nono tocando las palmas con su mujer, Aurora Carbonell, en un concierto del Arditi String Quarter en el Teatro Central de Sevilla. En fin, aquello sí que era radical y nuevo, una disposición sonora abierta para las palmas, esa claqueta flamenca que era el sacro santo compás flamenco y que, a fuerza de marcha, se está banalizando cada vez más. Ser capaz de abrir el compás de aquella manera, eso era todo un manifiesto, y en Morente tenía componente irónicos, especialmente lanzados sobre su propia tradición. Después en Arena, colaboró también en unos videos -que a él le convencieron sólo a medias- en los que a capella retomaba su cancionero taurino sobre textos de Bergamín. Pero para nosotros eran piezas fundamentales, la presencia de Morente legitimaba nuestras modestas aportaciones. Y es que era la actitud de Morente, ética y estética, lo que más ha influido en Israel Galván, la manera de enfrentarse a cada trabajo, a la música, a los flamencos.

En El final de este estado de cosas, bueno, estaba el símil apocalíptico y éramos conscientes de esas semejanzas con Omega, especialmente cuando interviene Orthodox. Creo que alguna vez lo hable con Pedro Calvo, si. En fin, la cosa salió un poco por casualidad, pues en los preparatorios de este trabajo, que para Israel Galván trataba de una experiencia muy personal con el texto bíblico, yo conocí a estos chicos, un grupo sevillano de doom metal, que, sin ningún tipo de ironías, apostaban por la ortodoxia y emparentaban la música procesional local con las murallas de sonido del heavy metal. Cómo dice el crítico italiano Valerio Evangelisti la tradición punk, fuera de Inglaterra, siempre ha sido burguesa y su radicalismo como menos irónico cuando no directamente falso, sin embargo el heavy metal, de procedencia obrera, siempre ha sido verdadero, bruto pero a menudo eficaz. En esas estábamos, Orthodox preparaban su gran disco Gran Poder, y todo fueron parabienes. A menudo –y seguro que no es el caso de Pedro Calvo-, en los alrededores del flamenco, cuando suenan aceradas guitarras –pienso en Tomasito versionando a los ACDC o a Rosendo y en El Pele con Tino Di Geraldo- se recurre a comparaciones con el Omega. En un corpus artístico en el que todas las soleás del Charamusco son iguales, aunque nadie pueda asimilar la que hace Morente con la que hace Mairena, por poner un caso similar, se dan esas simplificaciones. Y es que en el flamenco, con el gasto de sutilidades que hay en torno a, por ejemplo, los “cienes y cienes” de fandangos distintos, pues eso, no queda oído para el guitarreo y el ruido, les falta paladar.



¿Hay algún aspecto del disco que no te acabe de convencer?


No, pero sí que me gustaría hacer notar otro elemento en Omega poco referenciado. La influencia de Val del Omar, tan notoria en el tema que da nombre al disco, en ese collage de saetas procedentes de discos antiguos del flamenco, como hiciera el cineasta en Aguaespejo granadino, su primera obra maestra. Es muy evidente en el recurso técnico, superando juegos similares que ya habíamos visto, por ejemplo, en Camelamos Naquelar de Mario Maya, otro artista granadino genial. Pero también en la alquimia, en esa manera de dar la vuelta a lo nuevo para que parezca viejo y a lo viejo para que luzca como nuevo. Creo que Morente había estado trabajando en la posibilidad de musicar Vibración de Granada, una película inconclusa de Val del Omar. Y, seguramente de ahí viene su conocimiento. A mí este disco me recuerda mucho a Val del Omar, después Lagartija Nick le dedicó también un trabajo, en fin, si tienen la posibilidad de hacer el sacrilegio, miren la película Aguaespejo granadino, también Fuego en Castilla sin su banda sonora original –del todo magistrales- y dejen sonar el Omega, salen momentos impagables.



Cualquier otro comentario que quieras hacer sobre “Omega” o Enrique Morente es más que bienvenido.


Una amiga repite, después de la muerte del maestro, “y ahora que vamos a hacer, yo ya no puedo esperar nada del flamenco”. En parte lleva razón, hay un profundo sentimiento de orfandad, es tan raro que se vayan a la vez el más viejo y el más joven de los cantaores flamencos. Morente condensaba ambos en su persona. Seguramente la cosa no es así y mi amiga -le digo yo, un poco falso- se engaña. “Engañando al toro se le desengaña”, cantaba Morente a Bergamín. En fin, seguro que hay miles de cosas que merecen la pena pero lo bueno era que Morente nos las señalaba.

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