miércoles, 14 de diciembre de 2011

Omega y Cohen en El Cultural.


Le hemos dado en exclusiva a El Cultural (El Mundo) el texto inédito de Leonard Cohen que hemos incluído en "Omega. Historia oral del album que unió a Enrique Morente, Lagartija Nick, Leonard Cohen y Federico García Lorca", de Bruno Galindo.

Lo podéis leer aquí y se llama "Los bisturís crecen con las rosas".
Palabra de Cohen.

martes, 14 de junio de 2011

Materiales sobre "Omega" II: Javier Codesal

Por una parte se trata de recordar la impresión que nos produjo el disco cuando lo escuchamos por primera vez, para luego oírlo de nuevo y ver qué ocurre... Lo primero que me vino a la memoria fue una idea de melancolía que recordaba. En su conjunto, el disco es algo dislocado, porque cada elemento es sacado de su lugar por los demás componentes: la voz de Morente, en ocasiones muy flamenca, se ve desplazada hacia sitios ajenos por los sonidos eléctricos o la base rítmica de Lagartija Nick, que sufre el mismo tirón de parte de la guitarra flamenca o de los coros gitanos, lo que todavía se ve acrecentado si se trata de la música de Cohen, parecida pero distinta a esta. Y, sobre todo, la palabra de Lorca, cuando logra despegarse del magma sonoro, desplaza todo hacia sí, hacia su tiempo y su eco. La melancolía ocurre en este caso, según me parece, por ese modo de estar fuera de casa que tienen cada una de las piezas que integran esta música. Por supuesto, logran acoplarse, e incluso fundirse, porque los músicos son excelentes, pero en los mejores momentos de “Omega” se puede degustar el origen de cada cosa y compararla con aquello que la usa transitoriamente, con un pequeño desgarro que deja huecos sensibles, solitarios.Antes de ponerme a escribir esto, he vuelto a escuchar “Omega” varias veces. Primero dejándolo sonar, sin pararme mucho, para recuperar la sensación de hace quince años. Después me senté con el librillo en la mano, repasando las letras mientras escuchaba. Y lo que me sigue interesando es aquella disociación que he mencionado; mucho más que la fusión, me emociona la separación que puede apreciarse entre los distintos sonidos y lo que cada uno convoca. Por eso también, los temas que más me gustan son aquellos en los que puedo atender mejor a todo, de abajo hacia arriba, desde la letra a la voz de Morente, pasando por los instrumentos, las palmas, etc. “La aurora de Nueva York” es seguramente la canción que prefiero; aquí Morente hace cosas de mucha fragilidad y resulta versátil, mientras Vicente Amigo practica un toque humilde y efectivo, pero además soberbio y complejo cuando cabe. Además, esa es la pieza que mejor nos da a oír un poema de Lorca; o puede que, simplemente, ese sea un texto que a mí me llega con fuerza. Sin embargo, temas como “Niña ahogada en el pozo”, que resulta especialmente opaco a la letra, me atrae y tiendo a repetirla, tal vez por esa única frase, tan inquietante, que se salva de la opacidad: “Que no desemboca… Que no desemboca…” No creo que se pueda decir que “Omega” planteara algo absolutamente nuevo, porque tanto el empleo de textos lorquianos como las guitarras eléctricas estaban bien probados, pero cabe destacar el nivel de los intérpretes y la sensación de conjunto que logra, eso que he intentado expresar llamándolo, no sé si muy atinadamente, melancolía.

Javier Codesal

viernes, 3 de junio de 2011

Leonard Cohen, Omega y Cara B.

Aprovechando que han hecho Príncipe de Asturias a Leonard Cohen, recordamos aquí que el primer título de la colección Cara B, Omega. Historia oral del álbum que unió a Enrique Morente, Lagartija Nick, Leonard Cohen y Federico García Lorca, cuenta con un texto inédito del mismísimo Leonard Cohen titulado "Los bisturís crecen con las rosas". Un bellísimo homenaje a Lorca y a Morente.


Aquí un fragmento del texto:

"Muchos, muchos años atrás, pero lo recuerdo bien, tropecé con un libro del poeta Federico García Lorca en una librería de segunda mano de Montreal. Debía de tener quince o dieciséis años. En ese libro encontré algo que resonaba en mi corazón, un mundo que me resultaba muy familiar, un universo que, sin saberlo, yo ya habitaba: «Por el arco de Elvira / quiero verte pasar, / para sufrir tus muslos / y ponerme a llorar». Sentí que en aquellos versos tan accesibles estaba la razón de ser del lenguaje y, desde ese momento, consideré a Lorca como mi hermano. En cierto modo, él me llevó al mundo de la poesía. Él me educó. A excepción de un poema escrito por un canadiense durante la Primera Guerra Mundial, ningún otro poeta me había tocado tan profundamente. Así fue como Lorca arruinó mi vida, porque una vez que conocí la existencia de ese paisaje que Lorca había establecido, quise permanecer en él toda mi vida. Ya no hubo posibilidad de retorno..."(Leonard Cohen, "Los bisturís crecen con las rosas", en Omega, Historia oral del álbum que unió a Enrique Morente, Lagartija Nick, Leonard Cohen y Federico García Lorca).



lunes, 30 de mayo de 2011

Materiales de Omega: entrevista íntegra a Pedro G. Romero

¿Cuál es tu valoración general de “Omega”?


Se trata de una producción clave que recoge en una obra maestra –en el sentido clásico que marca esta palabra- el final de un largo proceso, la posibilidad de que el flamenco se exprese junto a las tormentas eléctricas, junto al ruido de la música rock. Esto es evidente, pero también hay otros momentos cumbres: el cante expresándose fuera de la métrica tradicional, la ampliación de vocabulario, el disco como espacio para una obra conceptual, etc. En fin, son asuntos que ya se habían ensayado antes, el propio Enrique Morente había estado en ello, pero aquí tienen una de sus obras más redondas.



¿Destacarías alguna canción, letra u otro aspecto específico del disco?


Bien, resulta que los temas que yo más escucho son El pastor bobo, Adán, Vals de las ramas… aparentemente los menos experimentales pero para mí contienen una poesía especial y el experimento más radical de verso libre y flamenco, lo que Morente ya había probado, pero que aquí se conjuga tan felizmente. En fin es un disco de esos que no cansa, que tiene épocas en el año y horas del día. Aportar otra dimensión a Leonard Cohen y eso, aunque habitual en inglés, es tremendamente difícil en español. Manhattan suena deliciosamente dulzón con esos estribillos de flamenquito, como hiciera Cohen con su coro de chicas, en fin, son tantas las versiones… con mi hija me pongo Aleluya a todo trapo, gracias a la que suena en Sherk, la que hiciera Jeff Buckley –su padre Tim Buckley hizo un fabulosos disco sobre Lorca, también- y ya les ganamos con los guitarreos pedales de Lagartija en climax final…


¿Qué dirías que aporta “Omega” al flamenco que no hubiera antes de que existiera?


Nada nuevo, nada groseramente nuevo, pero daba carta de naturaleza a toda una tradición soterrada que podía rastrearse desde aquí, desde este disco. El flamenco, entre otras, tiene la virtud de trabajar con lo nuevo como si fuese tradición, ese ejercicio de traducción que tanto gustaba a Morente. “Es el Omega no el Alfa”, me dijo un día ante este mismo comentario. También hay que decir que el disco llega en el momento adecuado, eso es clave. La edición en la magnífica serie de El europeo, que lo conecta con un público más amplio. Los directos en festivales rock -mi primera escucha fue por ahí, en el programa de Diego A. Manrique en Radio 3- también le dieron un eco nuevo. Efectivamente, esa incorporación de nuevos públicos ha sido esencial. Y es esencial lo que Lagartija Nick aporta al mundo del rock, su apuesta y sus logros en este disco, intentando ir más allá de la manida fusión, más allá incluso de los tópicos latinos. Encontraron con Morente un espacio común de intereses estéticos y lo exploraron juntos. Creo que Lagartija Nick construyó un ámbito inédito para el rock, una forma de acercamiento a nuestra música que no pasa por los tópicos tropicales: ni caribeños, ni soneros, ni sureños, ni tex-mex, ni samba…, en fin, todo vale, ¡eh!, pero está bien que alguna vez nos olvidemos de las ensaladas y sepamos que hay maneras de cortar la carne que son las mismas por distintos que sean los mundos. Es un territorio extenso que conviene seguir explorando.



¿Qué opinas de la adaptación que hace de textos de Lorca? ¿Y de los de Cohen?


Pues nada que objetar a estas alturas, si algo me chirrió en algún momento se ha encargado de disolverlo la voz de Morente. Por supuesto hace con Lorca lo que quiere, también con las traducciones de Alberto Manzano para Cohen. Aplica toda la sabiduría del flamenco, fragmentar las letras, alterar y repetir el orden de los versos a conveniencia, por supuesto. Los temas suenan todos de Enrique Morente y es que su capacidad para las letras, para darle un sentido último a la frase, una cierta perfección, idoneidad. A mi Morente me hizo en su día volver a leer a Lorca, entender cómo funcionaban sus versos en nuestro tiempo. El trabajo de Morente en Omega tiene ese aliento particular, andar por el nexo común de Cohen y Lorca –el Lorca de Poeta en Nueva York o El público- enfrentados al mundo moderno, aterrorizados por el mundo moderno, y su mérito hacer propio ese miedo, apropiarse de ese nexo, de esa posición ante los miedos y amenazas del mundo moderno. La experimentación es entonces una paradoja, el miedo a lo moderno lo convierte, efectivamente, en una obra vanguardista, por excelencia moderna. Pero vaya, esa es la historia del arte desde Baudelaire, al menos, la experimentación moderna como resultado de una crítica radical de la propia modernidad.



¿Has leído o escuchado algún tópico sobre “Omega” que crees que merezca la pena desmentir?


No se me ocurre. Últimamente hay unanimidad absoluta, vaya, entre los juicios que tienen mi aprecio. Al principio el disco fue recibido con recelo entre los progresistas flamencos de este lado, me refiero a Sevilla, Jerez, Cádiz, el Occidente Andaluz que siempre miraba para el Oriente como por encima del hombro. Pero durante mucho tiempo la música que llegaba de Granada, desde 091 hasta Los Planetas, había eclipsado nuestra ínclita edad de oro, desde Smash hasta Triana, de Lole y Manuel hasta Veneno y Pata Negra, y desde los ochenta todo era “granaíno y oro”, que decía un amigo. De hecho el disco de Morente despertó de nuevo la posibilidad y ayudó a disolver competencias territoriales. Eran pocos los que se acordaban de aquel disco de Gualberto, el de los Tarantos para Jimi Hendrix donde ya estaba Morente –Terraplen y Prisoneros, ¡qué joyas!-en algunos tiempos, por eso decía antes, más que nuevo, actualizar una tradición de cosas que parecía que la gente estaba olvidando. Enrique Morente siempre ha tenido una serie de discos menores, secretos y que utiliza a modo de ensayos, laboratorios de los que salen muchos de sus discos más clásicos, pensando ya en determinados públicos. El disco que grabó para la Casa Natal de Lorca en Fuente Vaqueros (1990) contiene seminalmente todos sus desarrollos posteriores sobre Lorca. En el caso de Omega todo lo sustancial, creo, procede de la Misa Flamenca (1991), que produjo con Gamboa, pero donde allí atacaban los coros de Gregoriano ahora, en Omega, lo hacen los Lagartija Nick, pero sustancialmente es lo mismo. La crisis entre el 1990 y 1991, por lo que se ve, fue muy productiva para Morente con estos dos discos. Yo pude escuchar la misa de Morente en la Santa Cruz de Sevilla y con el eco de la Iglesia era imponente, a la vez misticismo católico y hogueras quemando a los herejes, todo el mudejarismo del que ha sido capaz Morente entre aquellas cuatro paredes, un recuerdo memorable.



Como asesor artístico de Israel Galván, ¿dirías que “Omega” influyó de alguna manera en la estética de “El final del estado de las cosas, redux”? (la inspiración principal, según creo, fue el Apocalipsis según San Juan, pero el crítico de flamenco Pedro Calvo nos dijo que veía bastante huella de “Omega”).


Bueno, seguramente, aunque no por la parte más epidérmica, la inclusión del rock experimental, donde teníamos nuestro propio camino. En los trabajos previos a Los zapatos rojos, la primera obra estrenada que trabajé con Israel Galván en 1998 ya sonaban Bauhaus o los Sonic Youth, venían de ensayos previos en Tirabuzones en 1996 o Collares en 1997, dos proyectos que no vieron la luz. Morente vio Los zapatos rojos como dos años después de su estreno y le gustó. En la apoteosis sonaban, tras el Olé de Coltrane, o sea su versión de El vito, el Sant Vitus dance de los Bauhaus, aderezados con el climax de Death Valley 69 de los Sonic Youth con Lidia Lunch, en fin, una locura. “Somos primos” decía Morente, y no era casualidad, hasta Lagartija Nick toma su nombre de un tema de Bauhaus. Desde entonces empezamos a colaborar. En La metamorfosis, el siguiente espectáculo de Israel Galván hizo la música para el video que abría la obra, una solea extraña, todavía bajo el influjo de Omega, con la voz de Estrella y la batería y algunos sampler de los Lagartija Nick. Siempre hablaba del batería de los Lagartija como la clave, en el sentido también que tienen las percusiones soneras. Era un tema fantástico donde incluía también las “palmas abstractas”, que decía Manuel Soler. Yo le había visto un homenaje a Luigi Nono tocando las palmas con su mujer, Aurora Carbonell, en un concierto del Arditi String Quarter en el Teatro Central de Sevilla. En fin, aquello sí que era radical y nuevo, una disposición sonora abierta para las palmas, esa claqueta flamenca que era el sacro santo compás flamenco y que, a fuerza de marcha, se está banalizando cada vez más. Ser capaz de abrir el compás de aquella manera, eso era todo un manifiesto, y en Morente tenía componente irónicos, especialmente lanzados sobre su propia tradición. Después en Arena, colaboró también en unos videos -que a él le convencieron sólo a medias- en los que a capella retomaba su cancionero taurino sobre textos de Bergamín. Pero para nosotros eran piezas fundamentales, la presencia de Morente legitimaba nuestras modestas aportaciones. Y es que era la actitud de Morente, ética y estética, lo que más ha influido en Israel Galván, la manera de enfrentarse a cada trabajo, a la música, a los flamencos.

En El final de este estado de cosas, bueno, estaba el símil apocalíptico y éramos conscientes de esas semejanzas con Omega, especialmente cuando interviene Orthodox. Creo que alguna vez lo hable con Pedro Calvo, si. En fin, la cosa salió un poco por casualidad, pues en los preparatorios de este trabajo, que para Israel Galván trataba de una experiencia muy personal con el texto bíblico, yo conocí a estos chicos, un grupo sevillano de doom metal, que, sin ningún tipo de ironías, apostaban por la ortodoxia y emparentaban la música procesional local con las murallas de sonido del heavy metal. Cómo dice el crítico italiano Valerio Evangelisti la tradición punk, fuera de Inglaterra, siempre ha sido burguesa y su radicalismo como menos irónico cuando no directamente falso, sin embargo el heavy metal, de procedencia obrera, siempre ha sido verdadero, bruto pero a menudo eficaz. En esas estábamos, Orthodox preparaban su gran disco Gran Poder, y todo fueron parabienes. A menudo –y seguro que no es el caso de Pedro Calvo-, en los alrededores del flamenco, cuando suenan aceradas guitarras –pienso en Tomasito versionando a los ACDC o a Rosendo y en El Pele con Tino Di Geraldo- se recurre a comparaciones con el Omega. En un corpus artístico en el que todas las soleás del Charamusco son iguales, aunque nadie pueda asimilar la que hace Morente con la que hace Mairena, por poner un caso similar, se dan esas simplificaciones. Y es que en el flamenco, con el gasto de sutilidades que hay en torno a, por ejemplo, los “cienes y cienes” de fandangos distintos, pues eso, no queda oído para el guitarreo y el ruido, les falta paladar.



¿Hay algún aspecto del disco que no te acabe de convencer?


No, pero sí que me gustaría hacer notar otro elemento en Omega poco referenciado. La influencia de Val del Omar, tan notoria en el tema que da nombre al disco, en ese collage de saetas procedentes de discos antiguos del flamenco, como hiciera el cineasta en Aguaespejo granadino, su primera obra maestra. Es muy evidente en el recurso técnico, superando juegos similares que ya habíamos visto, por ejemplo, en Camelamos Naquelar de Mario Maya, otro artista granadino genial. Pero también en la alquimia, en esa manera de dar la vuelta a lo nuevo para que parezca viejo y a lo viejo para que luzca como nuevo. Creo que Morente había estado trabajando en la posibilidad de musicar Vibración de Granada, una película inconclusa de Val del Omar. Y, seguramente de ahí viene su conocimiento. A mí este disco me recuerda mucho a Val del Omar, después Lagartija Nick le dedicó también un trabajo, en fin, si tienen la posibilidad de hacer el sacrilegio, miren la película Aguaespejo granadino, también Fuego en Castilla sin su banda sonora original –del todo magistrales- y dejen sonar el Omega, salen momentos impagables.



Cualquier otro comentario que quieras hacer sobre “Omega” o Enrique Morente es más que bienvenido.


Una amiga repite, después de la muerte del maestro, “y ahora que vamos a hacer, yo ya no puedo esperar nada del flamenco”. En parte lleva razón, hay un profundo sentimiento de orfandad, es tan raro que se vayan a la vez el más viejo y el más joven de los cantaores flamencos. Morente condensaba ambos en su persona. Seguramente la cosa no es así y mi amiga -le digo yo, un poco falso- se engaña. “Engañando al toro se le desengaña”, cantaba Morente a Bergamín. En fin, seguro que hay miles de cosas que merecen la pena pero lo bueno era que Morente nos las señalaba.

domingo, 15 de mayo de 2011

La buena, aunque corta, vida de Cara B: el mayor fracaso editorial del año.

Ese gran espacio para la literatura que es La Buena Vida, un Café del Libro madrileño donde uno se siente como en el salón de su casa, pero con más y mejores libros, más y mejor despensa y, desde luego, más y mejores amigos, nos augura una muy corta vida y un fracaso editorial seguro, y eso se celebra.

"Esta es la historia del mayor fracaso editorial del año.
¡Cómo crear una colección de libros sobre discos míticos de la música española! ¡Cara B! Es tan absurdo… pero ya, empezarlo con dos títulos como Omega de Morente y Una senama en el motor de un autobús de Los Planetas, donde se cuenta maravillosamente la gestación de dos joyas musicales… Omega es uno de los discos favoritos de por aquí. En el último concierto en directo de Morente en La Casa de América todavía ponía la carne de gallina oírle cantar La aurora de Nueva York. Ahora, leyendo estas conversaciones entre los músicos y testigos de la creación de este disco uno entiende todo. La colección promete que no va a caer en la fácil mitificación y en complacido recuerdo fácil. Y lo consigue. No van a poder mantener el nivel, es imposible. ¿no es genial! Será un fracaso seguro. Pero eso es lo bonito del trabajo de un editor, tentar el fracaso editando libros que nos dejen con ganas de que hubiera sido posible continuar disfrutando de más, de ese nivel. ¡Ole!"

miércoles, 11 de mayo de 2011

Pasen y lean, los críticos no pagan: Lector mal-herido vs Rockdelux

Lector mal-herido, miércoles 11 de mayo de 2011


"Lengua de Trapo sigue empeñada en parecer una editorial moderna, cuando todo el mundo sabe que su sede editorial está en Madrid. Lo último son estos libros sobre conjuntos pop.

En España, desde que Franco nos puso la tele, a un grupo de idiotas tocando las maracas se le denomina "conjunto". Nadie en su sano juicio se tomó nunca en serio a los "conjuntos" que daban "recitales". Era todo muy matemático y un punto payaso.

La música española es un producto nacional de consumo interno: no va a ningún lado. En realidad, la música española, pop y rock y rap, es un subtitulado acústico de la música de verdad, que obviamente se hace en inglés y con ropa que realmente mola. Así las cosas, admiro a los músicos españoles porque sus intenciones artísticas son patéticas, tienen el techo muy bajo y nunca han escuchado una canción suya sonar en un bar que no quede debajo mismito de su casa.

Pero ahí siguen.

El caso es que Una semana en el motor de un autobús fue el tercer disco de Los Planetas, allá por 1997. Parece que esto es muy interesante y Nando Cruz ha hablado con todos los implicados en tamaña anécdota para que sepamos al detalle cómo se grabó un disco y qué le dijo el cantante al batería cuando le trajo Fanta y no a su hermana.

La crónica de la grabación está escrita a la pata la llana y como que Los Planetas son los putos Beatles. Realmente acabamos sabiendo, tras la lectura, más cosas de los integrantes de Los Planetas de lo que nunca hubiéramos creído que era necesario saber sobre una persona de Granada.

Básicamente Los Planetas estaban todo el día en las drogas y las canciones que se les ocurrían iban de drogas y de que estaban haciendo un disco y tomando drogas a la vez. Es todo enormemente complejo. Nando Cruz da a entender que parir este disco fue como parir la Crítica de la razón pura de Kant, pero un poco menos pura.

También se localizan con gran honestidad los mecanismos de composición de los músicos españoles, que consisten básicamente en ver cómo lo han hecho en San Francisco, copiarlo y dar por sentado que nadie se va a dar cuenta, porque Manolo Escobar no nos deja ver el soul.

Parece que grabar este disco no acabó con Los Planetas ni acabó con la música española ni acabó con nada. La música es lo que tiene, que le puedes dar al play otra vez y pensar que mereció la pena.
http://lector-malherido.blogspot.com/2011/05/el-disco-que-casi-acaba-con-los.html?zx=9e05e7b28ddf65e9


Xavier Cervantes, Rockdelux, Mayo de 2001


"Nando Cruz le acaba de regalar al periodismo musical en castellano el primer libro que merece ser considerado clásico. Su inmersión en el disco "Una semana en el motor de un autobús" (1998) es un prodigio de forma y contenido solo al alcance de alguien que se toma el pop como un género con entidad cultural propia. No lo ha hecho al estilo de cierta escuela anglosajona, tan proclive a la erudición académica. Tampoco se ha dejado arrastrar por el colegueo. Ni se ha escondido en el pudro de los sobreentendidos. Ni siquiera ha abrigado las páginas con contextos socioculturales. Nando Cruz se ha metido de cabeza en el álbum de Los Planetas.
Ha entrevistado a todo el que desempeñó algún papel en él. Ha contrastado toda la información. Ha ajustado el foco únicamente a lo relevante. Y una vez con el material digerido y ordenado, ha tomado la decsión más valiente: desentrañar los porqués de una hostoria de amor, de toxicidad y sobre todo de amistad escribiendo un relato que cualquiera que no sepa quién son Los Planetas pueda disfrutar como una novela de James Ellroy o un cuento de Chejov. Sin citas interminables. Sin párrafos entregados al fango de la exposición retórica. Sin bajar la mirada ante un disco que parecía una cosa y es otra. Sin una palabra de más. Con un ritmo marcado por la frase corta y el sentido del suspense. Con sensibilidad al asomarse al toxicosmos de Los Planetas. Con un conocimiento de causa del que nunca alardea. Un libro magnífico"