martes, 14 de junio de 2011

Materiales sobre "Omega" II: Javier Codesal

Por una parte se trata de recordar la impresión que nos produjo el disco cuando lo escuchamos por primera vez, para luego oírlo de nuevo y ver qué ocurre... Lo primero que me vino a la memoria fue una idea de melancolía que recordaba. En su conjunto, el disco es algo dislocado, porque cada elemento es sacado de su lugar por los demás componentes: la voz de Morente, en ocasiones muy flamenca, se ve desplazada hacia sitios ajenos por los sonidos eléctricos o la base rítmica de Lagartija Nick, que sufre el mismo tirón de parte de la guitarra flamenca o de los coros gitanos, lo que todavía se ve acrecentado si se trata de la música de Cohen, parecida pero distinta a esta. Y, sobre todo, la palabra de Lorca, cuando logra despegarse del magma sonoro, desplaza todo hacia sí, hacia su tiempo y su eco. La melancolía ocurre en este caso, según me parece, por ese modo de estar fuera de casa que tienen cada una de las piezas que integran esta música. Por supuesto, logran acoplarse, e incluso fundirse, porque los músicos son excelentes, pero en los mejores momentos de “Omega” se puede degustar el origen de cada cosa y compararla con aquello que la usa transitoriamente, con un pequeño desgarro que deja huecos sensibles, solitarios.Antes de ponerme a escribir esto, he vuelto a escuchar “Omega” varias veces. Primero dejándolo sonar, sin pararme mucho, para recuperar la sensación de hace quince años. Después me senté con el librillo en la mano, repasando las letras mientras escuchaba. Y lo que me sigue interesando es aquella disociación que he mencionado; mucho más que la fusión, me emociona la separación que puede apreciarse entre los distintos sonidos y lo que cada uno convoca. Por eso también, los temas que más me gustan son aquellos en los que puedo atender mejor a todo, de abajo hacia arriba, desde la letra a la voz de Morente, pasando por los instrumentos, las palmas, etc. “La aurora de Nueva York” es seguramente la canción que prefiero; aquí Morente hace cosas de mucha fragilidad y resulta versátil, mientras Vicente Amigo practica un toque humilde y efectivo, pero además soberbio y complejo cuando cabe. Además, esa es la pieza que mejor nos da a oír un poema de Lorca; o puede que, simplemente, ese sea un texto que a mí me llega con fuerza. Sin embargo, temas como “Niña ahogada en el pozo”, que resulta especialmente opaco a la letra, me atrae y tiendo a repetirla, tal vez por esa única frase, tan inquietante, que se salva de la opacidad: “Que no desemboca… Que no desemboca…” No creo que se pueda decir que “Omega” planteara algo absolutamente nuevo, porque tanto el empleo de textos lorquianos como las guitarras eléctricas estaban bien probados, pero cabe destacar el nivel de los intérpretes y la sensación de conjunto que logra, eso que he intentado expresar llamándolo, no sé si muy atinadamente, melancolía.

Javier Codesal

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